TEXTOS PARA ORAR

Os presentamos algunos de textos esperando que os ayuden en vuestra oración.

Vive el Espíritu de amor que habita en mí
y que me ha invadido desde hace mucho tiempo.
Mi santidad consistirá en creer en El,
en su presencia, y a abandonarme a su acción.
El Espíritu Santo es quien forja a los profetas
y a los santos, quien vive en nosotros
y quien nos muestra el camino que es Cristo.
El único medio de santificación
es el Espíritu santo.
¡Que importan las cualidades naturales!
la gran riqueza es estar poseídos por el Espíritu Santo,
ser transformados por el Espíritu.
Respetad vuestro cuerpo porque es templo de Espíritu Santo; respetad el prójimo,
porque el prójimo es santo: santo por su santidad personal, tal vez; pero santo, sobre
todo, porque se halla habitado por Dios, habitado por el Espíritu Santo.

María Eugenio del Niño Jesús, 1894-1967

La vida interior podría consistir en esta sola palabra: ¡silencio!
Es el silencio quien prepara a los santos, es él quien los inicia, quien
los sigue y los termina.
Dios, que es eterno, solo dice una palabra, y es el Verbo. Del
mismo modo, sería deseable que todas nuestras palabras expresaran a
Jesús directa o indirectamente.
Esta palabra: silencio… ¡qué bonita es!

María Amada de Jesús, 1839-1874

Por las calles y plazas voceando,
buscando te he andado, Amado mío;
mil días han pasado, y no hallando,
con dolorosas ansias a ti envío
mil suspiros, y a todos conjurando,
cada cual me arroja y da desvío;
vuelvo con triste llanto y cruda pena
a soltar al dolor copiosa vena.
¡Ay, ay, Amado mío! ¿Qué te has hecho?
¿No te duele el clamor de mi gemido,
viendo mi corazón por ti deshecho,
y siendo tú la causa, que has herido
con un terrible golpe el tierno pecho?
¿Por qué huyes de mí y te has escondido?
Respóndeme, Señor y dulce Padre,
Esposo, Hermano, Amigo y cara Madre.
Suene ya tu voz en mis oídos,
y como a Lázaro di que salga fuera
y en los tuyos se oigan mis gemidos;
muestra tu claro rostro más que espera,
acaba ya, Señor, sean concedidos
mis ruegos, que no es justo que el que espera
en ti, sea defraudada su esperanza,
pues el que en ti esperó todo lo alcanza.

María de San José, 1548-1603

¿Quién llama con tal porfía
a mi puerta y con gemido?
Vuestro esposo es, alma mía,
que os apela noche y día,
y vos no le habéis oído.
Con el frío y el calor
yo os atiendo a estos vientos,
la jalea en mis cabellos,
y por vuestro amor suspiro.
Vuestro esposo es, alma mía,
y vos no le habéis oído.
Yo me he entrado por las breñas,
habiéndome mal herido,
y la sangre de mis venas
por este suelo vertido
sin tasa ni sin medida.
Vuestro esposo es, alma mía,
y vos no le habéis oído.

Ana de San Bartolomé, 1549-1626

Esta presencia de Dios, un poco difícil en los comienzos, practicada con fidelidad, actúa
secretamente en el alma efectos maravillosos, y atrae abundantemente las gracias del
Señor y lo conduce sin darse cuenta a esta mirada simple, a esta mirada enamorada de
Dios presente en todas partes, que es la manera más santa, más sólida, más fácil y más
eficaz de oración. A través de esta presencia de Dios y esta mirada interior, el alma se
familiariza con Dios de tal modo que pasa casi toda su vida en actos continuos de
amor, de adoración, de contrición, de confianza, de acción de gracias, de ofrenda, de
petición y de todas las más excelentes virtudes. Y algunas veces se convierte en un solo
acto que ya no pasa, pues el alma permanece en el ejercicio continuo de esta divina
presencia. No es necesario estar siempre en la iglesia para estar con Dios; podemos
hacer de nuestro corazón un oratorio en el cual nos retiramos de cuando en cuando
para mantenernos allí con él, humildemente y amorosamente. Todo el mundo es capaz
de estas conversaciones familiares con Dios, unos más, otros menos, él conoce nuestras
posibilidades.

Lorenzo de la Resurrección, 1614-1691

He tenido a veces en la oración mucho recogimiento, y he estado completamente
absorta contemplando las perfecciones infinitas de Dios; sobre todo aquellas que se
manifiestan en el misterio de la Encarnación. El otro día me pasó algo que nunca había
experimentado. N. Señor me dio a entender una noche su grandeza y al propio tiempo
mi nada. Desde entonces siento ganas de morir ser reducida a la nada, para no
ofenderlo y no serle infiel. A veces deseo sufrir las penas del infierno con tal que,
sufriendo esas penas, le pagara sus gracias de algún modo y le demostrara mi amor,
Esto pensé en la noche antes de dormirme, y en la mañana amanecí con mucho amor.
Recé mis oraciones y leí la Suma Espiritual de San Juan de la Cruz, en que expone los
grados del amor de Dios, y habla de oración y contemplación. Con esto sentí que el
amor crecía en mi de tal manera que no pensaba sino en Dios, aunque hiciera otras
cosas, y me sentía sin fuerzas, como desfallecida, y como si no estuviera en mi misma.
Sentí un gran impulso por ir a la oración e hice mi comunión espiritual pero al dar la
acción de gracias me dominaba el amor enteramente. Principié a ver las infinitas
perfecciones de Dios, una a una, y hubo un momento que no supe nada: estaba como
en Dios. Cuando contemplé la justicia de Dios hubiera querido huir o entregarme a su
justicia. Contemplé el infierno, cuyo fuego enciende la cólera de Dios, y me estremecí
(lo que nunca, pues no sé por qué jamás me ha inspirado ese terror). Hubiera querido
anonadarme pues veía a Dios irritado. Entonces haciendo un gran esfuerzo, le pedí
desde el fondo de mi alma misericordia.

Teresa de los Andes, 1900-1920

Ábreme, Jesús, la puerta;
golpeando estoy ha rato.
¿No me escuchas que no sales?,
¿o dormido estás acaso?
Ábreme, Jesús, que es tarde
y he salido así corriendo
de entre medio del barullo;
he querido estar con Vos.
Ábreme, abre, te ruego,
la puertita del Sagrario,
aun si duermes y descansas,
para yo velar tu sueño.
¡Así, mi amor! Y ahora,
aunque duermes y no me oyes,
ya no importa, que mirando
estoy tu rostro, y me basta.
Duerme, sí, Jesús del alma,
mientras yo velo tu sueño.
¡Cuán cansado está tu rostro
y tu cuerpo entumecido!
¡Y pensar, Amado mío,
que también en esas huellas
de cansancio y de fatiga
están mis faltas y abandono!
Mas por eso en esta hora,
que es la hora de mi guardia,
aunque sólo sea una hora,
reparar quiero mi falta,
y velar junto a tu lado
mientras duermes y descansas,
que aquí, junto con la Virgen,
¡nuestro amor te cuidará!

María Felicia de Jesús Sacramentado, Chiquitunga,  1925-1959

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