Aunque Dios hiciera camino con un pueblo elegido, lo estaba haciendo con todos los pueblos. Con el Neandertal y el Homo sapiens. Es impresionante contemplar así toda la Historia de nuestra Tierra, como un movimiento arrastrado por el Espíritu, que pacientemente ha ido tejiendo los tejidos humanos, los tejidos de todo principio de sociedad, de culturas y creencias. Hasta llegar al momento de su Manifestación definitiva en Jesús. Podemos pararnos a contemplar la fuerza de arrastre que puso en marcha no sólo la Creación, sino sobre todo la Historia entera de la Revelación.
Todos tenemos unas ideas generales de esas etapas en las que Dios ha ido manifestándose. No vamos a detenernos a hacer historia. Es nuestra propia vida, la historia que vamos a leer. Porque en las Escrituras se habla de nosotros, de cada uno de nosotros. Todos estamos en ellas. Nuestro ejercicio orante va a consistir en meternos en las Escrituras y ponernos a andar con esos personajes que nos hablarán de sus acontecimientos.
Aunque estemos muy distantes en el tiempo, en la vivencia somos vecinos de al lado. Porque, como ellos, nos rebelamos. Como ellos sentimos envidia del hermano. Y como ellos, encontramos más cómoda y atrayente la vida de los que se dedican a ganar para sí y atesorar bienes y riquezas.
Como a ellos, nos cuesta vivir de fe y fiarnos de la palabra que Dios nos dirige. Esa larga Historia es la Historia de cómo llegar un día a ser creyentes de verdad, a ser y vivir como hijos suyos y hermanos entre nosotros.
Pero ¿qué hemos avanzado tras tantos miles de años? Objetamos. Pero es que esa Historia bíblica se reinicia con cada generación, más aún, con cada hombre y mujer que aparecen sobre esta tierra. Dios sale al encuentro de cada uno para ofrecerle su amparo y bondad, para prepararle sitio, una tierra y hogar.
Y seguimos objetando, viendo nuestra realidad actual. Tras tantos siglos de cristianismo, ¿qué hemos mejorado? Es cierto. En cada época se necesitarán los profetas que denuncien y hablen en nombre de Dios. Dios no se desentiende de ninguno de sus hijos, ni de los pueblos. El Espíritu suscitará los carismáticos, como en tiempos de los jueces, que levanten la voz y conciencien al mundo. El Espíritu hablará en nombre de Jesús para sentar en su mesa a los humillados y oprimidos.
Las Escrituras siguen vivas, cumpliéndose, haciendo resonar en nuestros oídos los movimientos del corazón de Dios. Vamos a ponernos a la escucha. Es lo que quieren ser estas Tardes de Oración.