ISABEL DE LA TRINIDAD

¿Sabías que a Isabel de la Trinidad…?

 

carmelita francesa del pasado siglo, podríamos definirla como “profeta de la interioridad”?

Hoy que tan de moda se ha puesto esta palabrita y su consecuente búsqueda del mundo interior en todo tipo de modalidades, tanto de espiritualidad religiosa, como laica.

 La gran fuerza espiritual de Isabel radica en haber vivido siempre desde la interioridad. Lo que deslumbra de su vida es haber llegado tan hondo en la vivencia del misterio de la Trinidad en el fondo de su ser. Desde el momento, -el día de su Primera Comunión – en que descubrió que su nombre significaba “Casa de Dios”, hasta los últimos días en la enfermería del Carmelo, cuando tuvo una revelación interior, en la que experimentó las Tres Personas divinas celebrando consejo en su alma. Ella descubrió el fascinante mundo de su interioridad, y su principal deseo fue, desde entonces, que todos llegaran a realizar esa misma aventura. A todas sus amistades trató de orientarlas hacia ese “único necesario”.

Isabel se sabía profundamente habitada por El Dios Trinidad. La Trinidad era su casa hogareña, el lugar de cita con todos sus seres queridos a quienes les invitaba a hacer la misma experiencia: vivir dentro de Dios, sumergida en el oceáno de ese “excesivo amor”. Esta expresión: “el excesivo amor de Dios” sale en sus escritos hasta 34 veces.

Lo que no sabrás es que esta experiencia fue creciendo en medio de su vida social, entre sus amigas, viajes, encuentros deportivos o artísticos. Tenía un gran talento musical, y tocaba con mucha entraña el piano. Los viajes le permiten ponerse en contacto con la naturaleza cuya  belleza le conmueve. En sus breves escritos o Cartas cantará su admiración y gozo, no sólo estético, sino también espiritual. Todo le hace descubrir al Creador que tantas maravillas ha derramado en ese mundo visible.

Las personas que convivieron con ella dicen que era muy sencilla, muy cordial, siempre dispuesta a hacer servicios. Cuando veía alguna hermana necesitada de ayuda, se apresuraba a hacerlo, aunque a menudo se cansara, pues su salud era precaria. Con ingenio tomaba la iniciativa de prestar estos pequeños servicios: “Tenía todas las delicadezas de la caridad, todas las previsiones que hacen la vida religiosa amable y fácil. Era un verdadero paraíso: aceptaba las bromas y las burlas sin enfadarse”.

Tenía un amplio círculo de amistades a las que dedicaba toda su ternura para guiarlas por el camino de esa  oración que ella practicaba,  la de vivir en presencia de Dios.

Es curioso constatar cómo, a pesar de las rígidas normas del Carmelo en aquello época con respecto a la correspondencia, ella tuvo continuos permisos y excepciones para relacionarse. Sus cartas tienen un objetivo profundamente humano y espiritual: consolar a su madre afligida, dar una palabra de aliento a alguien que está sufriendo, orientar el camino espiritual de una persona, preocuparse por la vida de un familiar o de un amigo…

En sus cartas va a emerger la figura de una gran comunicadora que escribe con sencillez pero que demuestra una finura y sensibilidad exquisitas. Sabe ser amena y al mismo tiempo no malgasta las palabras. Se percibe que habla al corazón y por eso su lenguaje es cálido… Cuánto más se adentra en su vocación, más preparada se siente para “acompañar” a otros. Por eso muchas de sus cartas invitan a vivir lo que ella ha experimentado.

Sor Isabel de la Trinidad nos invita a hacer su misma experiencia, que Dios mora en toda persona como Amor que se comunica  y plenifica.

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