En la escuela teresiana comenzamos con el simple acto de mirar. Y después, dejarse mirar:“no os pido más de que le miréis”. Es el contemplar callado del corazón que oye sin palabras.
A esta contemplación estamos llamados todos: “mirad que convida a todos”.
Dios quiere darse a conocer a todos.
Y es que la contemplación va unida al gustar de ser “hijos amados” con Jesús.
Primer paso es creérselo. Y segundo, decidirse.
Decidirse a tomar el camino de la oración, de arriesgarse a entrar en una relación con una Persona muy particular. Relación desigual. Frente al Absoluto. Pero donde me siento reconocido, único, amado, esperado.
“Determinada determinación”
Esta tercera consigna es importantísima. Es sinónimo de “pasión vital”. Acaba por ser necesidad imperiosa: ya no está en mi mano dejar esa relación,
me va la vida en ella…
«¿Tan necesitado estáis, Señor mío y Bien mío, que quereis admitir una pobre compañía como la mía, y veo en vuestro semblante que os habéis consolado conmigo?»
«Procurad, hija, pues estáis sola, tener compañía. Pues ¿qué mejor que la del mismo Maestro que enseñó la oración que vais a rezar? Representad al mismo Señor junto con vos y mirad con qué amor y humildad os está enseñando; y creedme, mientras pudiereis, no estéis sin tan buen amigo. ¿Pensáis que es poco un tal amigo al lado?»