TARDES DE ORACIÓN CON LAS ESCRITURAS

Las Escrituras son las Actas de un largo camino de la Humanidad. Nos cuentan que ella no viajaba nunca sola. Dios la llevaba de la mano en todo momento. Desde que todo comenzara, allá en el Jardín del Edén. Cuando la sacaba del agua de los diluvios (todos los seres vivos salimos de las aguas), allí estaba, con el arca de Noé. O el día en que llamó a su primer discípulo, el viejo Abraham.

 Dios estaba allí poniendo en marcha la raza humana hacia un destino insospechado. Las Escrituras ven la emergencia del ser humano en el gran Universo, como un ser cuidado. Lo cual no está reñido con lo que nos dice la ciencia.

Los primeros libros de la Biblia hablan de tierra, de descendencia, de vida fecunda, y fertilidad.   Dios aparece continuamente prometiendo, entregando su tierra al hombre creado. Le coge y le lleva de un lugar para otro, para ofrecerle siempre algo mejor, una tierra propia. De etapa en etapa. Y Dios, en camino siempre con él,  plantando su tienda en medio como un beduino más.

En Las Escrituras queda constancia de todo ese caminar. Por el desierto, con los patriarcas y   las matriarcas. Entre pueblos y culturas distintas. En éxodo, y liberación. Sosteniendo su propia identidad frente al acoso de pueblos más avanzados o fuertes. Frente a la tentación de otros ritos, frente al brillo de culturas fastuosas. Historia difícil, porque el hombre, el pueblo creyente siempre acaba perdiendo su tierra. Cuando la tierra es objeto de abuso del poder, o es negociable, acaba asolada. Sobrevendrán los destierros, las opresiones. Y el hombre continuará en peregrinación hasta el día que encuentre la nueva Tierra de Promisión, la del Reinado de Dios, de la que sólo el Hijo de Dios nos pudo enseñar el camino. Todos los tiempos se hallan en esa peregrinación continua, inacabada hacia esa Tierra de la Fraternidad universal. La Historia es toda ella un camino para hacer crecer a la persona humana, hasta lograr sacar de ella el misterio oculto en el fondo de su espíritu.

Aunque Dios hiciera camino con un pueblo elegido, lo estaba haciendo con todos los pueblos. Con el Neandertal y el Homo sapiens. Es impresionante contemplar así toda la Historia de nuestra Tierra, como un movimiento arrastrado por el Espíritu, que pacientemente ha ido tejiendo los tejidos humanos, los tejidos de todo principio de sociedad, de culturas y creencias. Hasta llegar al momento de su Manifestación definitiva en Jesús. Podemos pararnos a contemplar la fuerza de arrastre que puso en marcha no sólo la Creación, sino sobre todo la Historia entera de la Revelación.

Todos tenemos unas ideas generales de esas etapas  en las que Dios ha ido manifestándose. No vamos a detenernos a hacer historia. Es nuestra propia vida, la historia que vamos a leer. Porque en las Escrituras se habla de nosotros, de cada uno de nosotros. Todos estamos en ellas. Nuestro ejercicio orante va a consistir en meternos en las Escrituras y ponernos a andar con esos personajes que nos hablarán de sus acontecimientos.

Aunque estemos muy distantes en el tiempo, en la vivencia somos vecinos de al lado. Porque, como ellos, nos rebelamos. Como ellos sentimos envidia del hermano. Y como ellos,   encontramos más cómoda y atrayente la vida de los que se dedican a ganar para sí y atesorar bienes y riquezas.

Como a ellos, nos cuesta vivir de fe y fiarnos de la palabra que  Dios nos dirige. Esa larga Historia es la Historia de cómo llegar un día a ser creyentes de verdad, a ser y vivir como hijos suyos y hermanos entre nosotros.

Pero ¿qué hemos avanzado tras tantos miles de años? Objetamos. Pero es que esa Historia bíblica se reinicia con cada generación, más aún, con cada hombre y mujer que aparecen sobre esta tierra. Dios sale al encuentro de cada uno para ofrecerle su amparo y bondad, para prepararle sitio, una tierra y hogar.

Y seguimos objetando, viendo nuestra realidad actual. Tras tantos siglos de cristianismo, ¿qué hemos mejorado? Es cierto. En cada época se necesitarán los profetas que denuncien y hablen en nombre de Dios. Dios no se desentiende de ninguno de sus hijos, ni de los pueblos. El Espíritu suscitará los carismáticos, como en tiempos de los jueces, que levanten la voz y conciencien al mundo.  El Espíritu hablará en nombre de Jesús para sentar en su mesa a los humillados y oprimidos.

Las Escrituras siguen vivas, cumpliéndose, haciendo resonar en nuestros oídos los movimientos del corazón de Dios. Vamos a ponernos a la escucha.  Es lo que quieren ser estas Tardes de Oración.

TEXTOS DE LAS TARDES DE ORACIÓN CON LAS ESCRITURAS

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